jueves, 8 de diciembre de 2016

De ángeles, o de demonios.

He intentado por todas las maneras antihumanas e infranaturales ser aquello que no soy. Alejarme de mí misma para perderme en un mar de incertidumbre comprada en botellas de plástico que saben a acetona al tragar. Y queriendo ingerir tanta, al final quien se me ha tragado ha sido ella.

El ángel que se posa cada mañana que paso por Atocha haciendo el olvido, lo sabe mejor que nadie. Sabe bien que mis ojos lo buscan nada más poner un pie fuera de la estación. Que mis pensamientos lo llevan nombrando desde que salgo de mi casa. Que en ninguno de esos 20 minutos de trayecto, logró distraer a mi mente con juegos absurdos que me plantea la realidad. Que la gente se pierde y se difuminan sus rasgos, bien lo sabe él.

Lo sabe porque cada vez que lo encuentro, le lanzo kilos y kilos de metralla en forma de recuerdos.  Inicio una guerra como si él fuese el auténtico enemigo, como si la salvación eterna de algo en lo que ni siquiera creo me esperara a la vuelta de esa batalla.

Lo sabe. Lo reconoce en mi mirada, que no es capaz de callarse ni por un instante todo el fuego que la lleva despistada, queriendo alzar el vuelo, sin ser ni oír ni dar...mientras canta los pedacitos de diamantes que se le clavan al pensar.

Lo sabe. Y quizás lo supo antes que nadie.
Puede que todo ese odio comprimido con el que lo miro sea realmente una cuna de la no casualidad, sino de la causalidad que me hizo detenerme en sus coordenadas. Tras andadas, pérdidas, idas y venidas, tuve que poner mis dos pies a descansar y mi corazón a morir, en el lugar por el que me viste venir.

Llegará el día en que lo perdone, en que pase por delante sin enseñarle los dientes de rabia y sin que la sangre me hierba de acidez por culpa de los clavos que le arrebato a los cristos de las iglesias en las que nunca entré.

Prefiero no saber cuando. La incertidumbre siempre va andando de mi mano. O te acostumbras o te derrumbas.

Lo que sí puedo gritar hasta tatuarlo en los vientos que tratan de imitar las mareas que agitan mi pulso es, que no por reconciliarme lograré pasar por delante de ese ángel negro sin que mis pestañas se adentren en sus alas hasta sobrevolar las millones de cabezas de esta ciudad que no saben de este lugar.

miércoles, 1 de junio de 2016

Entre asfaltos y nubes



Cierto es que hay sueños que atrapan más fríamente que la pura realidad, y que, de tan pesados que se nos hacen a la existencia, absorben toda nuestra esencia.
Más de un alma daría la mitad de lo que ha sido en un contrato indefinido por poder morir cada día, sin cerrar los ojos, en ellos.  No hay condena para aquellos desgraciados que pisan el cemento creyendo ser de pluma, más que la pena en vena.

Ondeamos nuestras libertades por todas las calles, y aun así, olvidamos saber que sabemos.  
Doler por placer. Y arrugarse al crecer. Para hacer ver que de este largo trago hemos aprendido a beber en copa de cristal. Sin embargo, los grados no huyen; se acumulan.
Y entonces, ya no importa el material del que estén hechos los sacos de nuestros instantes efímeros de eternidad, simplemente estarán llenos. Llenos, pero nunca a rebosar.
Incluso cuando se comiencen a agrietar, se expandirán, abriendo universos paralelos en los que nunca esté demás una copa más.

Ni capricho ni deseo. Instintos que nos hacen avanzar sin conocer a donde vamos a llegar.
Ya que, conociéndolo, perderíamos de golpe todos los sentidos que el tiempo nos deja ir desgastando, descartando, recortando…  

Quizás hayamos ido construyendo nuestra jauría a base de barrotes de humo, que no dejan respirar, creyendo que, cuántos más agujeros cabemos en el suelo, más espacio habrá para los imaginarios en el cielo. Quizás, por eso existan obreras y reinas en esta colmena. 

O quizás los ingenuos seamos nosotros, al llegar a pensar que, de haber tomado otros rumbos, la humanidad, hubiese aparecido en otro punto del mapa señalada. 

Quizás…

domingo, 22 de mayo de 2016

Metanoias




Pero la inestabilidad mental es más un vicio que un hábito, y una vez le pillas el tranquillo es tan inevitable caer en ella como el yonki en la metadona. Ya no hay remedio valido.
Que quizás me sobren neuronas y  maneras de matarlas a tragos de invención, es algo que jamás me atreveré a negar. Porque ante todo y ante todos somos seres tan irracionales como las decisiones que tomamos. Y no, no creáis que es casualidad, sino más bien confiar vuestro destino a la necesidad, que no hay más inteligencia que la que decide por nosotros antes de  opinar. Ni siquiera somos la mitad de lo que nos enseñan a ser. En este lienzo en blanco se ha venido a improvisar, y quien trate de razonar, acabará bajo tierra igual. ¿Qué más da?

Hoy se trata de vivir hasta quemarnos la piel, hasta despojarnos de todo lo que creeemos dejar de ser, para ser. Simplemente ser y actuar. Los huesos guardan nuestros recuerdos hasta lo inexplorable, y no por eso pretenderemos no intentar volar. No hay más impulso que negar tener alas a un cuerpo que nació protestando de todo cuanto aun desconocía, ni más pretexto que la libertad. 

No pido disculpas al atreverme a detallar lo que tantos murmullan entre indignidad.
Que los días se esfuman como la calada que damos al fumar. Y cada calada es única, y cada humo sube y baja, y se mueve en direcciones contrarias que no podemos controlar.
Impulsos vitales medidos por una máquina raquítica, que muere de pena solo al pensar que jamás logrará tener dentro algo vivo que le haga estallar.

Explosiones en plena combustión. Estrellas fugaces en el momento de su defunción.
Pieles desprendidas al son de una canción.  Tambores retumbando sin el son de un corazón.

Y un nuevo amanecer llega. Como el de ayer. Mas, qué diferente es cuando dejamos aparcado a un lado nuestro ego para vislumbrar lo que nos supera.

¿Hay caos, hay calma, detrás de nuestra finita eternidad?
¿Destacan las sombras en la oscuridad, o solo son una extensión de nuestras propias momias?


miércoles, 11 de mayo de 2016

El lado de la imaginación

Hay heridas que nunca se cierran, ni falta que hace. Porque hay penas que solo se curan al otro lado.


-¿Al otro lado de qué?- Preguntó el Gato, riendo jocoso. Mientras Alicia comprendía a lo que se refería mucho antes de que él lograse ponerle el punto final a su interrogación, y, de que ella procesase estas palabras, encarceladas en verdades que se alzaban como telones de acero y que se clavaban entre pecho y espada, colándose por entre sus pestañas, desgarradas del frío que trae consigo agosto.


Comprendió que, ella ya estaba dentro, al otro lado, y que, una vez allí, el mundo se había girado de tal manera que no había cabida para otro lado que no fuera ese. Porque ya no había otro lado. ¿Se había esfumado? No. El problema es que había vivido en un lado que era inexistente. Pero, la raza humana, empobrecida por el poderío de su ego, la había convencido de que ese era el lado, y de que, si había otro u otros, eran inexplorables e inalcanzables.” Pobres…” pensaba ahora. Ellos nunca dejaron que su imaginación les guiara. Ni siquiera hicieron el esfuerzo de confiar en ella, al negarle así su existencia, de igual manera que a “ese otro lado” del que si se hablaba entre callejuelas, el mismo barro censuraba.
Mas, no acabará aquí su condena. Cada una de las generaciones que venga, caerá en la trampa de las mismas generaciones que le precedió.



“Lo peor de todo, no es eso. Eso sería en todo caso lo mejor. Encontrar tú lugar: el sueño de cualquiera.”- reflexionaba al anticipársele una lágrima a sus pensamientos.- “Pues, ahora mismo creo que, el sufrimiento más profundo que se me puede clavar en las entrañas del corazón es, el saber que, la diferencia no tiene porqué ser un buen indicador. A veces su peso recae sobre unas espaldas débiles que acaban de aterrizar en un mundo nuevo. Sin embargo, el que sea nuevo a mis ojos y a mis manos, no significa que no haya estado aquí desde que vivo, y el no haber vivido en él desde que mi sangre bombea, es lo que realmente duele.
Cuando descubrimos algo que parece tan improbable, pero que a la vez, se nos presenta tan familiar, olvidamos todo lo que somos y recordamos que, no somos nada.”






sábado, 7 de mayo de 2016

Ironía trágica



Si tratamos de engañarnos a nosotros mismos, el último acto de nuestra tragicomedia, que no tiene porqué ser el tercero, acabará peor que Loconto.
Pero, seamos sinceros, nadie ha venido aquí a debatir sobre qué final de los dos será más carnicero. En esta guerra civil a quemarropa, los enemigos combaten follando.
Que si las banderas se han petrificado sin dejar espacio entre sus costuras para que las hondee el cierzo, es porque existen sentimientos más impermeables que una roca, tanto, que sólo dejan filtrar grados condensados en litros de veneno, para ver si algún día se cruzan con la llama del mechero, y consiguen que este circo salga disparado en forma hiel por los aires.
Corroyendo las pieles de cada viandante y colapsando el tráfico aéreo con el perfume de los días sin vernos. 

Ya no hacen falta preguntas. Hoy las ojeras son un claro reflejo de lo podrido que está el asfalto sobre el que nos rajamos las venas al sol. Y los puntos que sustentan los signos de interrogación que solían hacer de nexo entre lo malo y lo horrible, se suicidan en la bañera, dejándola llena. Llena de espera. Llena de vacío. Llena de ganas de sentarse sobre ella y dejar los suelos inundados de colores amargos como tragos de coñac.

Lijándonos el relleno, ¡que quién sabe! Quizás no encontremos la solución hasta llegar al tuétano. Lamiéndonos las heridas con vinagre y limón. En ningún lado está escrito que el remedio pueda ser mejor a la enfermedad, ni que de las guerras, amanezca  vencedor que no haya perdido suerte por el camino.

Los trasquilones del alma no dan tregua. Lo sabíamos. Y aun así, no quisimos quedarnos con las ganas de rociarnos con lejía mientras todavía estábamos en carne viva.
Llámalo anarquía. Llámalo utopía. Porque, si al fin y al cabo,  de este cementerio solo se puede salir muerto; no vimos mejor manera posible de hacerlo.

La comparsa de las mariposas suicidas hoy marca el ritmo de un tambor frenético que se atraganta con su lengua antes de pensar siquiera en hablar. Que si las palabras prefieren apretarse las esposas ellas solas, ya se encargarán torres más altas hechas con humo de invadirlo todo, hasta que, nuestra sombra desaparezca, desorientada, entre tanto veneno que ahoga sin llegar a ahorcar.

miércoles, 20 de abril de 2016

Los séptimos humos de abril

¿Quién iba a pensar que un 20 de abril amanecería así y aquí?  Los planes que el destino tiene para nuestros fines son indescifrables. Sólo sabemos que hoy, todavía estamos aquí. Y podemos recordar las ausencias que nos va dejando esta vida en el pecho, porque mientras alguien recuerde tu nombre, seguirás teniendo un lugar más que merecido entre tanto barro. Basta con que lo haga una sola persona el recuerdo. Pero hoy no es sólo una, somos algunos, y si se me permite, diré que somos menos que más, ya que en el fondo, no importa la cantidad sino la calidad.


Hoy la primavera se ha callado. Ha preferido inmolarse y dar paso al frío que cruza nuestros corazones rotos, congelándolos en una canción tan amarga, que se nos olvida ponerle azúcar al café. El cielo lo sabe. Por eso hoy las nubes se desprenden del dolor que llevan acumulando todos estos años en forma de lágrimas que caen sobre los que estamos abajo, resistiendo una vez más las agujas de la añoranza, los mismos a los que hoy la impotencia les gana secuestrándonos el brillo de los ojos, para teñirlos del gris que gritan los vientos de un día nublado.


El sí y el no se quedan en nada, pierden todo su sentido y se suicidan sin arrepentimientos, colgándose de la cuerda de un suspiro inacabado, siendo conscientes de que ya han perdido todo su significado cuando el huracán nos ha arrasado. Y el quizás, se queda corto para inspirar todo el serrín que lija el ambiente.


La relativización siempre fue mi fuerte. Como un golpe seco en el estómago, aparece sin tiempo a describir la sensación que produce quedarse sin respiración al instante. Tantos piratas para tan pocos barcos... Si la mar se revuelve, habrá que darle de comer con nuestros restos, secos de tanto vaciar lágrimas en vasos de ginebra.


Nada que ver con esta vida y nada que perder más que ella misma. Si dependemos de los otros, de los que un día nacieron, mal vamos, pues acabarán siendo polvo, como nosotros.


Hoy los barrotes de hierro se deshacen, puesto que los sentimientos oprimen como ningún material logrará hacerlo nunca. Esclavos de nosotros mismos, de todo lo que llevamos por dentro, seguimos buscando, inocentes y tozudos, algún molino contra el que pelear. Solo hay una diferencia, aquí no existen escuderos que nos prevengan. De locura, no solo en los libros se puede morir.






sábado, 16 de abril de 2016

El bucle


Por si acaso a nuestra suerte le da por acabarse, hoy diré que no, que no soy feliz ni he pretendido serlo, porque prefiero que la vida me haga saltar de alegría y emoción al ritmo de los latidos de una batería, desgastada de tanto gritar lo que los silencios no se atreven a cantar, por si a alguien se le ocurre cortarle la lengua, por miedo, por haber aceptado una represión comprimida en cápsulas que, de acuerdo con la receta médica, va bien tomarse antes de cada comida. Y dar vueltas hasta acabar embriagada de tantos pestañeos al son de ritmos frenéticos que me devuelvan a la depresión del alma cuando la hipocresía de las noticias se cuele entre mis orejas. Las verdades no se pueden matar. Ni pistolas, ni fosas, ni banderas, ni los vencedores que escriben la historia entre páginas deshechas han conseguido eclipsar las ganas de suicidar esta sociedad amarga para hacer de la humanidad nuestra única patria.

Empiezo a creer que no estamos tan ciegos como nos hacen ver, y que, no es que caigamos en el bucle del abismo al repetir los errores de siglos anteriores, sino que directamente lo buscamos, lo ansiamos. Que visto el circo de la farsa en la que nos ha tocado sobrevivir, nos alimentamos de rabia, porque muriendo así, de algo hay que vivir.



Pero esta conga no se detendrá, no hay remedio cuando la enfermedad se genera en laboratorios de ovejas amaestradas que sólo esperan encontrar un pastor al que seguir, fielmente, sin preguntar, sin mirar más allá, sin luchar por la sangre que todavía corre por nuestras venas. Para llegar hasta el paraíso prometido, el campo de concentración al que muchos prefieren llamar refugio, del que nos hablan desde mucho antes de nacer. Otros eligen llamarle hogar, sin saber que el mundo está ahí fuera, sin dejar de girar, mientras sólo con capaces de admirar cuatro paredes que les envuelven, que antes fueron aire, y pronto se derribarán dejando paso a las cenizas de un polvo que luego se volverá a levantar formando nuevas paredes. Que si el juego del esclavo se acaba ¿qué nos queda? Mejor mantenerse precavido a atreverse, en un acto de rebeldía, a abrir unos ojos que nos fueron dados para mirar. Mas, ¡oh dios mío! ¡Líbranos del pecado de mirar! 

Pues no estamos aquí para sentarnos a mirar, sino para levantar puños con nuestras miradas, quemar las leyes que nos imponen en contra de la naturaleza que ruge en todos y cada uno de nuestros estómagos, y para romper con ellas los barrotes que nos oprimen, porque como un amigo escribió en algún papel: hay peores cárceles que las palabras, pero aun así, yo añado que, éstas pueden hacernos explotar el pecho en mil destellos de fuegos artificiales, transformando en su combustión las lágrimas de la represión.