Si tratamos de engañarnos a nosotros mismos, el último acto
de nuestra tragicomedia, que no tiene porqué ser el tercero, acabará peor que
Loconto.
Pero, seamos sinceros, nadie ha venido aquí a debatir sobre qué final de los dos será más carnicero. En esta guerra civil a quemarropa, los enemigos combaten follando.
Que si las banderas se han petrificado sin dejar espacio entre sus costuras para que las hondee el cierzo, es porque existen sentimientos más impermeables que una roca, tanto, que sólo dejan filtrar grados condensados en litros de veneno, para ver si algún día se cruzan con la llama del mechero, y consiguen que este circo salga disparado en forma hiel por los aires.
Corroyendo las pieles de cada viandante y colapsando el tráfico aéreo con el perfume de los días sin vernos.
Pero, seamos sinceros, nadie ha venido aquí a debatir sobre qué final de los dos será más carnicero. En esta guerra civil a quemarropa, los enemigos combaten follando.
Que si las banderas se han petrificado sin dejar espacio entre sus costuras para que las hondee el cierzo, es porque existen sentimientos más impermeables que una roca, tanto, que sólo dejan filtrar grados condensados en litros de veneno, para ver si algún día se cruzan con la llama del mechero, y consiguen que este circo salga disparado en forma hiel por los aires.
Corroyendo las pieles de cada viandante y colapsando el tráfico aéreo con el perfume de los días sin vernos.
Ya no hacen falta preguntas. Hoy las ojeras son un claro
reflejo de lo podrido que está el asfalto sobre el que nos rajamos las venas al
sol. Y los puntos que sustentan los signos de interrogación que solían hacer de
nexo entre lo malo y lo horrible, se suicidan en la bañera, dejándola llena.
Llena de espera. Llena de vacío. Llena de ganas de sentarse sobre ella y dejar
los suelos inundados de colores amargos como tragos de coñac.
Lijándonos el relleno, ¡que quién sabe! Quizás no
encontremos la solución hasta llegar al tuétano. Lamiéndonos las heridas con
vinagre y limón. En ningún lado está escrito que el remedio pueda ser mejor a
la enfermedad, ni que de las guerras, amanezca vencedor que no haya perdido suerte por el
camino.
Los trasquilones del alma no dan tregua. Lo sabíamos. Y
aun así, no quisimos quedarnos con las ganas de rociarnos con lejía mientras
todavía estábamos en carne viva.
Llámalo anarquía. Llámalo utopía. Porque, si al fin y al cabo, de este cementerio solo se puede salir muerto; no vimos mejor manera posible de hacerlo.
Llámalo anarquía. Llámalo utopía. Porque, si al fin y al cabo, de este cementerio solo se puede salir muerto; no vimos mejor manera posible de hacerlo.
La comparsa de las mariposas suicidas hoy marca el ritmo
de un tambor frenético que se atraganta con su lengua antes de pensar siquiera
en hablar. Que si las palabras prefieren apretarse las esposas ellas solas, ya
se encargarán torres más altas hechas con humo de invadirlo todo, hasta que,
nuestra sombra desaparezca, desorientada, entre tanto veneno que ahoga sin
llegar a ahorcar.
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