Podría lanzar un suspiro al aire por cada cosa que pensé y no dije, o beber a carcajadas de la ironía que me pone en bandeja la vida. Podría venderme al sarcasmo y que mi cara apareciera en un barato diccionario de gasolinera junto al éxito del verano pasado. Son tantos los destellos que se desvanecen antes de que parpadeémos... Y eso, es justamente lo que los hace sumamente bellos.
No sé si el sitio al que me dirijo es mejor del que vengo, tampoco conozco si los ojos que ahora mismo se pasean por sus calles me llegarán a mirar en alguna ocasión, ni si encontraré aquéllos que pretendo buscar con el pretexto de que en su día me hicieron soñar. Quizás el reencuentro sea la peor opción para un final. Desconozco por completo la dirección de mis puntos y comas, me han demostrado en demasiados momentos que, no importa dónde los coloque, ellos sólo se dejan ver en el lugar al que quieren corresponder, y eso, me basta.
Si el caminar del humo por mi garganta alguna vez se vuelve mudo y ya no rasca, encontraré una lija más fuerte que mantenga mis signos vitales constantes. Una vez enterrado el dolor, sólo cabe esperar el suicidio de la inspiración.
He aprendido a convivir con los impulsos de la decepción y la traición, y debo decir que incluso los he hechado de menos cuando me los he quitado de encima para ducharme.
Mirando hacia atrás, no me consuelan aquellas falacias que hablan de la leyenda de una balanza equilibrada, - menos mal.
Mi locura nunca se dejó engañar, y aunque pareciera dormida, sólo estaba engañando a la razón. No somos más que lo que queremos ver, menos de lo que nos dejan ser y todo aquello que no viviremos para que alguien nos lo llegue a reconocer.
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