viernes, 17 de julio de 2015

Caos calmo

Madrugada incierta, dime tú que llevas aquí más tiempo que yo cómo se logra sobrevivir. Lo que antes era hielo ahora es granito, por mucho que los rayos de sol me abracen aquí dentro no llega el calor. Hoy compruebo bajo tu amargo cielo que la ausencia no es esencia, que se necesita perder alguna parte de uno mismo para sentirla, pero no cualquier parte, una a la que le hayas concedido el poder de dominarte. No somos cielo, no somos tierra; somos agua destilada que se pierde entre las gargantas que nos beben y que se evaporan al son de la vida, sin duda, la mayor canción suicida.

Quizás nuestra mecha haya sido apagada y ahora se debata entre el humo y la humedad de la lágrima que le ha caído encima, quizás nuestra esperanza esté despistada jugando al escondite en otro mundo ajeno al nuestro donde no existan principios ni finales, cárceles ni cementerios. 
Sin embargo, ningún quizás podrá jamás advertirnos de lo que vendrá.


Si a este cuerpo le falta inercia para pulsar la última tecla, si a esta cabeza se la ha escapado corriendo otra tuerca, si no hay satélite que me convenga ni rosas en la puerta, si la inspiración se ha quedado atascada en un cajón y no grita para ser escuchada, si mi piel ya no se eriza al notar la sal de la brisa, si mis ojos ven sin mirar y ya no creen en ningún lugar, si mis pasos tiemblan al saber que no se puede caminar marcha atrás en el tiempo, si el metal parece un fiel caballero al que merece la pena regalarle mi sangre…  No es que mi agua no se evapore, sino que mi corazón ha emprendido de nuevo su rumbo agarrándose a la certeza de que sólo estaba de paso por esta estación vacía, carente de alegría.

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