A primera vista te apasiona, y no puedes reprimirte a acercarte y desear estar dentro de ella, aunque sólo fuera por un instante. Pero lo que no sabes es que quien entra, vivo ya no sale.
Desde tus ojos, desde tus ojos del exterior, no puedes calcular cuánta belleza se esconde en ella, porque sin duda es la cosa más bella. Recuérdala bien, guárdala bajo llave. Porque ya no la volverás a ver; es pasajera. Concéntrate, dime qué ves. De color de rosa va iluminando todo tu ser, deslumbran entre la oscuridad de la sala unos destellos que se mueven como al viento cabellos. Mira fijamente, deja la mente en blanco, algo se está moviendo.

Sus diamantes rectangulares fluyen, bajan y suben al compás de un ritmo hipnotizante que hace olvidarte de respirar. Y con cada vaivén, miles de reflejos estallan contra tus pupilas, y pagarías al diablo para ser un simple reflejo de lo que estás mirando.
Pero, sigue observando, todas y cada una de sus partículas están en movimiento, aunque tú no las veas. A los lados, están los rezagados, van paso a paso avanzando; por el centro pasan los rápidos, los que están subiendo, llegan arriba los primeros para después volver a bajar.
Algunos no logran retornar, y se quedan arriba para siempre, pegados a un cristal. Y mientras, todo sigue girando, los fluidos parecen no tener descanso, porque si una partícula se queda pegada arriba, otra surge del fondo para coger altura.
Y de repente caes en la cuenta de que hay dos partículas unidas, y al otro lado hay tres juntas, y te preguntas ¿porqué hay tantas separadas yendo a tantos lados y tan sólo encuentras a cinco que se han juntado?
Pues esas son las más fieles, las que aun no se han separado, pero hay miles sueltas esperando, y aunque parezca que ir por un camino u otro sea peor o mejor; no lo es; es diferente simplemente.
Cada una parece igual a la otra, pero al acercarte más y más, descubres esas pequeñas diferencias que las hace a todas únicas y especiales a la vez.
Ninguna se puede escapar sin que se vayan también las demás, tampoco pueden elegir qué camino seguir; porque la corriente se las lleva. Pero si se desconecta de la electricidad, la lámpara se apaga, deja de dar luz, y su movimiento se acaba.
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