Dicen que cuando escuchamos canciones tristes es porque el cerebro necesita expresar lo que siente.
Por eso hoy el frío me cala los huesos y entre acordes congelados mi mente te sigue buscando, para ver si te encuentro, en algún rincón.
Ya siento el otoño y su viento sobre mis venas. Siento como me voy haciendo pobre, como pasa el tiempo sin darle importancia a lo que pase. Y que las hojas caen, y hacen un montón donde se levanta mi pena.
Dolor de quererte, sufrimiento de no tenerte.
Y si ya es duro ahora, prefiero que el miedo venga y me asalte por sorpresa cuando las calles olviden las estrellas de la noche, y sólo vea días grises que se confundan con la acera.
Pero a pesar de todo, mantengo la esperanza, quizás sea mi camino a la muerte y yo la ingénua que sin más refugio acude a ella como una indigente.
Yo te espero y desespero, en cualquier lugar; ya sea en el banco del parque o en el suelo de mi habitación, sea cual sea la situación sabes que no te voy a dejar de pensar.
Te canto, te río, te deseo y te lloro, y después de esta pausa sigo con la canción.
Me entra un escalofrío mientras escucho tu nombre, sé que jamás has sido mío pero estás dentro mío constantemente. Porque negar tu recuerdo sería morir yo primero.
Por eso, y por mucho más que el poco tiempo que tengo no me deja contar, cuando vaya sola por la calle y el viento empieze a soplar, cuando el cielo se buble y tenga ganas de llorar o cuando los fantasmas del espejo me quieran asustar, me alimentaré de tus recuerdos.
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