viernes, 13 de noviembre de 2015

Almas de cemento

La maldición que echamos sobre un número resulta tan irracional como gastar una vida en entender el porqué de la muerte sin que sea ella quien primero te encuentre.

Qué bello sería este paseo si permaneciéramos mudos, sordos y ciegos a las llamas que las flechas nos disparan apuntando directamente a la sinrazón en cada azotea, al tratar de volar sin considerar que hemos de hacer el viento soplar. Sólo queda añorar cuando se siente tan de cerca la libertad. Como una roca sobre mi conciencia se desploma el mundo que creo al andar.

Quizás de tanto pintar pájaros azules sobre aceras que no devuelven el canto del llanto de sus lágrimas se nos olvidó lo seco que está el cemento que pisamos.
Quizás el "quizás" se ha marchitado en demasiados de los ojos que leen unas páginas que no lo han nombrado ni una sola vez, y nuestras almas estén condenadas, innatamente, a la inocencia de desprenderse cuando se hieren con su propio hierro ardiente.

No por llover menos la hiedra deja de crecer. Con casas en ruinas y manos desgarradas por el atropello del reloj, se oyen a lo lejos los murmuros de los que llevan días descansando bajo una cruz de hierro al amparo del Sol de invierno.

Ni rojos ni negros eran sus pesares, mas de colores se tiñeron hasta lograr acabar con su vida dentro de un disfraz. ¿Todavía permanecen los charcos frente al hogar?

Jamás podré olvidar todo lo que me queda por conocer.

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