Niños. En la etapa más primitiva. Niños. Vestidos con adornos de animales
que nos recuerdan que en fondo somos lo que valemos, porque este sistema no
tiene otro fondo. Pozos que acumulamos la pobreza sin más fondo que el hueco
que nos deja. Veleros sin viento que se estancan en la costa antes de que los
marineros puedan despedirse de sus esposas. Somos los que hacemos levantar el
viento sin lograr cambiar ni siquiera el color de la mirada. Aquéllos que se
despiertan con ideas y se acuestan suicidándolas. Pasión. Ardiendo a
contrarreloj bajo una rutina impetuosa que se nos clava como el veneno de la
araña al sonar el despertador.
Si fuera hoja, si fuera como dice la canción “palmera plantada enfrente del
mar sin pensar en respirar si quiera”, o si “viviera como animal”, no podría
escribir mis pensamientos, porque quizás ni siquiera los tendría. Hoy quiero
salir a pelear, ya hubo tiempo para llorar. A pesar de que haya cambiado las
paredes por otras, siguen siendo la misma soga que me ahoga. Vamos a vibrar
como copas de champán al chocar.
Las emociones son tan fugaces como el producto del champán que se nos queda
en el recuerdo, por eso suben y bajan como sus burbujas. Sí, si hablamos sin
rodeos con la mirada puesta en el hueco que nos sobra entre pecho y espalda,
(cosa complicada), diremos a la vez que no somos seres conformistas. Cuando
conseguimos algo, cueste lo que nos haya costado, siempre, siempre, y siempre,
buscaremos algo que en apariencia sea mejor a lo que ya suponemos tener
bajo nuestra trampa. ¡Que los errores, que vivan todos ellos! Porque nos hacen mejores. Si se
aprendiera de las buenas experiencias no estaríamos de vuelta al pasado.
Que sólo somos lo que nunca hemos buscado.
A veces minas enterradas esperando ser pisadas, y otras, atacantes de
primera línea que se dejarían atravesar por los argumentos de cualquier soldado
antes que demostrar que están en contra de la guerra. En ambos casos salimos
perdiendo, perdiéndonos.
Un punto entre tantas estrellas, entre miles de millones de constelaciones
que ni siquiera se han dibujado ellas, que las han pintado otros con la cola de
su fama. Quizás no han sido sus pasos sino sus zapatos los que las han llevado
a ganarse un pedazo de aire. Y yo, sigo aquí, con los ojos más rojos que nadie.
Hoy el alma se lava con lija. Con la lija de la realidad más cruda, con esa que
sólo provoca roña donde antes había heridas. Ni cicatrizar ni tapar, hay que
sacar las heridas a relucir, que sino, salen solas, porque siempre salen, y
encuentran el idóneo camino para hacerlo; el único posible.
No hemos nacido para vender nuestra imaginación, hemos nacido para que nos
la despedacen. Sentirse diferente cuesta tan caro, que de vez en cuando
conviene recordar que todos lo somos.
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