Y si vuelves no hará falta que te diga que me sobran recuerdos en los que aspirábamos humo juntos, que no se me han olvidado, sólo hace falta que le quites un poco de cal a esta pared que se ha formado a mi alrededor para contarte entre cañas que me gustó. Que si sonrería era de verdad, y cuando dejé de hacerlo también. No guardo tragos amargos, simplemente lecciones de vida, de supervivencia mejor dicho. De esas en las que las decisiones se toman solas, porque de hecho, ya estaban tomadas. Qué fácil es echar la vista atrás cuando conviene... Y qué difícil cumplir con lo que se piensa.
Ahora que aprieta el frío reconozco que sabía que llegaría la hora en que, con las piernas cruzadas, se pasearían por mis interiores las brumas de tu persona. Quizás he estado esperándolo, y al final ha llegado más tarde que pronto. Hay ocasiones en que, mientras todo pestañeo apunta hacia el mismo lado nosotros perseguimos el viento que se mueve en la dirección opuesta, y otras en que, cuando el huracán ya ha pasado, decidimos avivarlo a llamaradas de letras, que esconden ideas que esconden suspiros que camuflan lo dicho y lo que no se dijo, que a su vez dibuja sobre un lienzo de aire aquella mañana por la que deshicimos el resto de noches que no sabíamos que aun nos quedaban.
Pero el compás del tiempo no avisa. Nos pisa con prisa cuando nos detenemos y no nos deja avanzar al tratar de chocar.
Y la traición no crece en los recuerdos, sólo nosotros somos nuestros propios prisioneros. Prisioneros de la fe que eleva barrotes donde nadie los ve, prisioneros de andar buscando constante y desesperadamente un porqué, prisioneros de lo que se fue y de lo que no conocemos que no va a volver, prisioneros de una vieja amiga que siempre anda un paso por delante de nuestras expectativas a la que le solemos hablar en sueños, cuando nuestra boca está cerrada y nuestros mundos abiertos. La esperanza.
En este estercolero perfumado lleno de una clase de borregos que se empeñan en seguir puntos que no llevan a unirse ni siquiera entre ellos, somos nosotros quienes pintamos formas sobre las estrellas, quienes fabulamos a nuestro antojo con ellas, los mismos que abren puertas en lugares donde no hay bisagras puestas.
Pistola y flor. Según nos convenga cambiamos de olor.
Por eso, aunque me reconforte no sentirlo, puedo reconocer tu aroma en mi registro.
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