martes, 29 de septiembre de 2015

Disparando al espejo



Vanidad, orgullo y silencio.
Son las huellas que va dejando la indiferencia sobre nuestras almas. 
El rencor no es para mí. Tampoco el perdón. 
Sé lo que un día fui, y a pesar de que jamás volvería allí, no reniego de lo que aprendí. 
Los latidos de mis sueños entre la euforia de esta matanza son los que me impulsan a no seguir un hilo de razón. La soledad nunca estuvo de más y le abro las sábanas para que siempre que quiera pueda acostarse a mi lado. El rumbo se derrumba cuando mis pestañas retumban hacia el infinito. Que no existe, que sí, tampoco existe la esperanza, la ilusión ni la libertad, y aun así seguimos muriendo por ellas al intentar encontrarlas. No podemos reprimir las ganas de volar dentro de un jarrón de cristal. Lo rompemos, y sangramos antes de notar el dolor. Después sufrimos. Intentamos curar con saliva las heridas que nosotros mismos nos hemos provocado. Y es que la ironía trágica es  la esencia de esta vida. 



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