Vuelve a no ser casualidad que aparezca como primera opción
la canción que predica el silencio que se ha hecho entre tú y yo. Ninguno de
los dos fuimos víctimas. Despuntamos con la fuerza de un ciclón nuestros
cuchillos y los lanzamos al aire con el impulso de los truenos de las tormentas
de octubre, ahora bajan a buscarnos. Poco o nada que reprocharles. Palabras que
pierden su sentido antes de que rocen sus filos. Nadie vence a la furia del
viento, a la indiferencia del tiempo, ni a la muerte súbita de un recuerdo. De
igual manera que de amor no se muere, que en todo caso se muere de asco.
Asco. Asco y más asco ronda por todas las esquinas del ocaso. Si nos nos encontramos por el bar, ya me encargaré de soñar. Soñar que no nos cortan las alas antes de despegar, y sentir entre ronquidos que no formamos parte de eso que llaman humanidad. Aquí las personas nos matamos por trozos de metal adornados con la cara de cualquier general. Lo único que somos a los ojos de quienes no quieren mirar es el dinero que nos queda. Pero el sueño permanente como estado de vida queda prohibido, por eso invertimos en siestas de medio litro.
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