martes, 4 de agosto de 2015

Alfileres

Por fin ha llegado el momento de empezar a desquitarnos de la porcelana que protegía la bubuja que la emoción nos hizo crear en medio de un campo de cactus, y de pintarnos de negro para salir a cazar luciérnagas. Ya tocaba respirar el humo de los coches a bocajarro y escuchar los truenos deseando estar allá arriba para deslumbrar antes que ellos.

Ahora nos toca ser la llama que prenda cualquier excusa para encajar entre las cuatro patas de cama ajena después de la penúltima copa de más. No pensar en el qué pasará, sino hacer que ocurra lo que vaya a ocurrir. Dejarse llevar. Revolucionar los motores y follárnoslos en en preciso instante antes de que exploten. Hacerse notar. Fingir saber hacia donde va la gente, para ir a contracorriente, y así, distinguir nuestras huellas sobre el cemento, y hacer cambiar las direcciones, sin prejuicios, puro instinto animal.

Ha vuelto el momento de retomar la tormenta. Gritar al compás de la piedra que cae sobre el tejado que nunca se ha estado tan muerto como hoy, y que a pesar de eso, el barro en los tobillos ni me molesta ni me ha impedido continuar.
Saldaré mis deudas con la lluvia y le rendiré a sus pies todos los amaneceres que me pida, le susurraré que he venido a expurgarme del disfraz que llevé puesto durante el tiempo en que dejó de darme miedo.

Daremos oportunidades a los perfumes más insospechables. Los animales en cautividad, si se liberan, no saben por dónde comenzar a matar. Menos mal que, aunque me pintaran entre rejas, nunca me dejé capturar, y antes de estar en libertad ya había cogido impulso suficiente para clavar mis dientes sin mirar atrás.

Untar con soberbia las ganas de más y mezclarlas con la avaricia de echar de menos, para luego, convocar a una orgía benéfica a los espíritus más despiadados del subsuelo, y que se asusten de todo lo que hemos hecho. Aquí ya no hay polvos mágicos para olvidar, cada uno se tiene que elaborar su autodestrucción.

Pero hasta que deje de latir este corazón... Seamos sensatos y no desperciciemos ni una partícula de alcohol, ni una serenata a la madrugada, ni un desconocido por almohada.




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