Gestos lentos que me hacen creer en la humanidad de nuevo. Quizás sí exista algo más allá del qué dirán y de la hipocresía con la que nos maquillamos el alma cada día, antes de salir al ruedo.
Somos la arena de esta playa que nos refresca, que nos mata. La misma que nos levanta antes de recaer en la cama.
Puede que seamos demasiado jóvenes para soportar el peso de nuestras almas sin cuestionarnos qué hay al otro lado.
Y de repente, la muerte.
Si somos el tiempo que nos queda, ¿lograremos prolongarlo siendo los siervos de una guerra encubierta a base de etiquetas que dictaminan cuál es el precio de nuestra felicidad?
De una felicidad que, de tan vendida y repetida, olvidamos que es mentira.
No somos capaces de reconciliarnos con nuestro reflejo, pues los cristales están manchados de cada uno de los crímenes que se cometen en nombre de los imposibles que, por haber dejado en manos de unos asesinos en serie nuestra imaginación, hemos fusilado en un cajón. En el cajón de la indiferencia. En ese cajón del que no se puede salir, solamente entrar. Y esos malditos vídrios, son los que nos escupen a la cara el valor que nos falta para vivir sin reprimir.
Mientras tanto, nuestros pies han recibido la orden de no dar marcha atrás, y seguir delineando con cada paso el contorno de los escaparates.
El secreto que custodia el sol cuando se esconde, desploma nuestro entendimiento, y en un acto de soberbia consentida, trataremos de superarle tirándole piedras.
miércoles, 23 de marzo de 2016
lunes, 14 de marzo de 2016
A contratiempo
Si buscamos tristeza, somos capaces de encontrarla hasta en
el fondo de un vaso. Aquí, tanto las excusas como las prisas sirven de muy
poco, y sin embargo, las consumimos a contracorriente, como si del último trago
se tratase.
Corazón no te desgastes todavía, que faltan muchos días por
quemar y cigarrillos que matar entre charcos de emociones mientras sostienes el
alma con un dedo, entre el suelo y el cielo.
Somos esclavos de la nada, tan dispuestos a desmontarnos y
tan complejos al reconstruirnos ¿pero qué esperas? Si no existe manual para
unir tantas piezas.
Nuestras cabezas flotan en mares de ideas, y son ellas, no
nosotros, las que secuestran nuestra voluntad para salir a respirar.
Inspiro. Suspiro. Inspiro. Suspiro. Todo sigue un ritmo en
esta ciudad. Como mecanismos, estamos programados para engrasarnos las tuercas
cada vez que perdemos el hilo del compás.
martes, 8 de marzo de 2016
Clavículas cruzadas
Porque tus ojos gritan el repertorio de mares que te hubiera gustado surcar, y de los que reniegas navegar por quedarte un suspiro de más conmigo. Y así poder explicar que las gaviotas tienen la culpa de que las alas del viento no quieran volver a volar sin sentir que lo que las impulsa no es otra cosa que tu aliento.
De carne o de cera, llámeme como usted prefiera, que nunca un loco enamorado de semejante doncella murió más por la locura que albergaba en sus venas que por cuerdo.
Mas aquí sigue un alma encerrada que de tanto reconstruir tu silueta cree ver cuervos donde antes se apoyaban tus pechos. Ya no hay lechos ni techos que consigan acabar con la pobreza de una mente inerte, de un cuerpo que acepta venderse a la gravedad cada vez que puede por cuatro perras.
Que vale, que sí, que el colchón ladeado por culpa de la lámina rota del somier que lo soporta, me recuerda cada vez que me acuesto, que no fue solo un sueño, que hubo un terremoto sobre estas cuatro patas de hierro que aguantan a duras penas esta balanza desequilibrada que siempre acaba hacia el mismo lado decantada, y me demuestra que, de las mejores ocasiones se puede salir con la piel a moratones, que hasta el mayor de los placeres, (dormir), puede quedar eclipsado y narcotizado durante días gracias al chute de adrenalina que provoca mezclar la esencia de dos almas en explosión al ritmo que marcan los gemidos de las gotas de sudor, y no de lágrimas, que dibujan cascadas imaginarias sobre nuestras espaldas desnudas, rojas, y, arañadas de ganas de probar a qué sabe el éxtasis, de provocar al mundo entero con la desfachatez de follar sin máscara, a pelo, con la ventana abierta por si superábamos la temperatura de las cámaras de gas y la vida ardiendo, sacándo lava por cada poro de piel que nos empapa un vacío sin vaso del que rellenar cuando el sudor se vuelva rocío.
De carne o de cera, llámeme como usted prefiera, que nunca un loco enamorado de semejante doncella murió más por la locura que albergaba en sus venas que por cuerdo.
Mas aquí sigue un alma encerrada que de tanto reconstruir tu silueta cree ver cuervos donde antes se apoyaban tus pechos. Ya no hay lechos ni techos que consigan acabar con la pobreza de una mente inerte, de un cuerpo que acepta venderse a la gravedad cada vez que puede por cuatro perras.
Que vale, que sí, que el colchón ladeado por culpa de la lámina rota del somier que lo soporta, me recuerda cada vez que me acuesto, que no fue solo un sueño, que hubo un terremoto sobre estas cuatro patas de hierro que aguantan a duras penas esta balanza desequilibrada que siempre acaba hacia el mismo lado decantada, y me demuestra que, de las mejores ocasiones se puede salir con la piel a moratones, que hasta el mayor de los placeres, (dormir), puede quedar eclipsado y narcotizado durante días gracias al chute de adrenalina que provoca mezclar la esencia de dos almas en explosión al ritmo que marcan los gemidos de las gotas de sudor, y no de lágrimas, que dibujan cascadas imaginarias sobre nuestras espaldas desnudas, rojas, y, arañadas de ganas de probar a qué sabe el éxtasis, de provocar al mundo entero con la desfachatez de follar sin máscara, a pelo, con la ventana abierta por si superábamos la temperatura de las cámaras de gas y la vida ardiendo, sacándo lava por cada poro de piel que nos empapa un vacío sin vaso del que rellenar cuando el sudor se vuelva rocío.
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