Trato de dejarme la concentración en unos números que no me
dicen nada, y como no es cuestión de ser doctorado en economía el saber que
todo pasa cuentas, la pluma de la poca imaginación que aún no han matado, sale
huyendo del papel y se embarca en los brazos del pasado que de tan destrozado
no quieren que sepamos. Queda tanto polvo por limpiar… Pero los escalones de la
tortura no se pueden bajar hacia atrás.
Mi batalla no sabe de lanzas ni de espadas, tampoco de
adoquines arrancados ni de enemigos fusilados, mi batalla son los ojos de unos
seres andantes, que de tan acomodados a las costumbres, se han vuelto de
plástico.
Mi batalla trata de sobrevivir a las cadenas que la llaman,
mi batalla no entiende de guerras más allá del corazón. Mi batalla se muere de
ganas por unos labios que no ladren los consejos de la televisión. Mi batalla
se desespera cuando espera en el semáforo rojo y vuelve a encontrarse si camina
en dirección contraria a la razón.
Mi batalla muere con cada despertador que suena,
tiembla con cada sueño que se quiebra, para después tomar el sol sobre mi tumba
de cristal mientras me narra algún cuento de una vida tan irreal como la
nuestra.
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