miércoles, 28 de octubre de 2015

Tempestades

Niños. En la etapa más primitiva. Niños. Vestidos con adornos de animales que nos recuerdan que en fondo somos lo que valemos, porque este sistema no tiene otro fondo. Pozos que acumulamos la pobreza sin más fondo que el hueco que nos deja. Veleros sin viento que se estancan en la costa antes de que los marineros puedan despedirse de sus esposas. Somos los que hacemos levantar el viento sin lograr cambiar ni siquiera el color de la mirada. Aquéllos que se despiertan con ideas y se acuestan suicidándolas. Pasión. Ardiendo a contrarreloj bajo una rutina impetuosa que se nos clava como el veneno de la araña al sonar el despertador. 


Si fuera hoja, si fuera como dice la canción “palmera plantada enfrente del mar sin pensar en respirar si quiera”, o si “viviera como animal”, no podría escribir mis pensamientos, porque quizás ni siquiera los tendría. Hoy quiero salir a pelear, ya hubo tiempo para llorar. A pesar de que haya cambiado las paredes por otras, siguen siendo la misma soga que me ahoga. Vamos a vibrar como copas de champán al chocar.

Las emociones son tan fugaces como el producto del champán que se nos queda en el recuerdo, por eso suben y bajan como sus burbujas. Sí, si hablamos sin rodeos con la mirada puesta en el hueco que nos sobra entre pecho y espalda, (cosa complicada), diremos a la vez que no somos seres conformistas. Cuando conseguimos algo, cueste lo que nos haya costado, siempre, siempre, y siempre, buscaremos algo que en apariencia sea mejor a lo que ya suponemos tener bajo nuestra trampa. ¡Que los errores, que vivan todos ellos! Porque nos hacen mejores. Si se aprendiera de las buenas experiencias no estaríamos de vuelta al pasado. 

Que sólo somos lo que nunca hemos buscado. 

A veces minas enterradas esperando ser pisadas, y otras, atacantes de primera línea que se dejarían atravesar por los argumentos de cualquier soldado antes que demostrar que están en contra de la guerra. En ambos casos salimos perdiendo, perdiéndonos. 

Un punto entre tantas estrellas, entre miles de millones de constelaciones que ni siquiera se han dibujado ellas, que las han pintado otros con la cola de su fama. Quizás no han sido sus pasos sino sus zapatos los que las han llevado a ganarse un pedazo de aire. Y yo, sigo aquí, con los ojos más rojos que nadie. Hoy el alma se lava con lija. Con la lija de la realidad más cruda, con esa que sólo provoca roña donde antes había heridas. Ni cicatrizar ni tapar, hay que sacar las heridas a relucir, que sino, salen solas, porque siempre salen, y encuentran el idóneo camino para hacerlo; el único posible.

No hemos nacido para vender nuestra imaginación, hemos nacido para que nos la despedacen. Sentirse diferente cuesta tan caro, que de vez en cuando conviene recordar que todos lo somos.

viernes, 16 de octubre de 2015

Pellizcos al ayer

Y si vuelves no hará falta que te diga que me sobran recuerdos en los que aspirábamos humo juntos, que no se me han olvidado, sólo hace falta que le quites un poco de cal a esta pared que se ha formado a mi alrededor para contarte entre cañas que me gustó. Que si sonrería era de verdad, y cuando dejé de hacerlo también. No guardo tragos amargos, simplemente lecciones de vida, de supervivencia mejor dicho. De esas en las que las decisiones se toman solas, porque de hecho, ya estaban tomadas. Qué fácil es echar la vista atrás cuando conviene... Y qué difícil cumplir con lo que se piensa.

Ahora que aprieta el frío reconozco que sabía que llegaría la hora en que, con las piernas cruzadas, se pasearían por mis interiores las brumas de tu persona. Quizás he estado esperándolo, y al final ha llegado más tarde que pronto. Hay ocasiones en que, mientras todo pestañeo apunta hacia el mismo lado nosotros perseguimos el viento que se mueve en la dirección opuesta, y otras en que, cuando el huracán ya ha pasado, decidimos avivarlo a llamaradas de letras, que esconden ideas que esconden suspiros que camuflan lo dicho y lo que no se dijo, que a su vez dibuja sobre un lienzo de aire aquella mañana por la que deshicimos el resto de noches que no sabíamos que aun nos quedaban.

Pero el compás del tiempo no avisa. Nos pisa con prisa cuando nos detenemos y no nos deja avanzar al tratar de chocar.
Y la traición no crece en los recuerdos, sólo nosotros somos nuestros propios prisioneros. Prisioneros de la fe que eleva barrotes donde nadie los ve, prisioneros de andar buscando constante y desesperadamente un porqué, prisioneros de lo que se fue y de lo que no conocemos que no va a volver, prisioneros de una vieja amiga que siempre anda un paso por delante de nuestras expectativas a la que le solemos hablar en sueños, cuando nuestra boca está cerrada y nuestros mundos abiertos. La esperanza.

En este estercolero perfumado lleno de una clase de borregos que se empeñan en seguir puntos que no llevan a unirse ni siquiera entre ellos, somos nosotros quienes pintamos formas sobre las estrellas, quienes fabulamos a nuestro antojo con ellas, los mismos que abren puertas en lugares donde no hay bisagras puestas.

Pistola y flor. Según nos convenga cambiamos de olor.

Por eso, aunque me reconforte no sentirlo, puedo reconocer tu aroma en mi registro.