Ni el fumador dejará su vicio por mucho que se prohíba, ni
el corazón olvidará el hilo del que pende para salir volando.
Encadenada a la noche, víctima del vaivén que produce la
marea en las olas de plata de estas venas muertas de pena. Robándole horas al
sueño y justificando el suicidio de un despertador. Cualquier hora es buena
para mordisquearse a locuras. Cualquier hora vale para dejarse caer.
Menos mal que la piel que nos nutre saca a relucir todas sus
heridas antes de abrir los ojos.