He intentado por todas las maneras antihumanas e infranaturales ser aquello que no soy. Alejarme de mí misma para perderme en un mar de incertidumbre comprada en botellas de plástico que saben a acetona al tragar. Y queriendo ingerir tanta, al final quien se me ha tragado ha sido ella.
El ángel que se posa cada mañana que paso por Atocha haciendo el olvido, lo sabe mejor que nadie. Sabe bien que mis ojos lo buscan nada más poner un pie fuera de la estación. Que mis pensamientos lo llevan nombrando desde que salgo de mi casa. Que en ninguno de esos 20 minutos de trayecto, logró distraer a mi mente con juegos absurdos que me plantea la realidad. Que la gente se pierde y se difuminan sus rasgos, bien lo sabe él.
Lo sabe porque cada vez que lo encuentro, le lanzo kilos y kilos de metralla en forma de recuerdos. Inicio una guerra como si él fuese el auténtico enemigo, como si la salvación eterna de algo en lo que ni siquiera creo me esperara a la vuelta de esa batalla.
Lo sabe. Lo reconoce en mi mirada, que no es capaz de callarse ni por un instante todo el fuego que la lleva despistada, queriendo alzar el vuelo, sin ser ni oír ni dar...mientras canta los pedacitos de diamantes que se le clavan al pensar.
Lo sabe. Y quizás lo supo antes que nadie.
Puede que todo ese odio comprimido con el que lo miro sea realmente una cuna de la no casualidad, sino de la causalidad que me hizo detenerme en sus coordenadas. Tras andadas, pérdidas, idas y venidas, tuve que poner mis dos pies a descansar y mi corazón a morir, en el lugar por el que me viste venir.
Llegará el día en que lo perdone, en que pase por delante sin enseñarle los dientes de rabia y sin que la sangre me hierba de acidez por culpa de los clavos que le arrebato a los cristos de las iglesias en las que nunca entré.
Prefiero no saber cuando. La incertidumbre siempre va andando de mi mano. O te acostumbras o te derrumbas.
Lo que sí puedo gritar hasta tatuarlo en los vientos que tratan de imitar las mareas que agitan mi pulso es, que no por reconciliarme lograré pasar por delante de ese ángel negro sin que mis pestañas se adentren en sus alas hasta sobrevolar las millones de cabezas de esta ciudad que no saben de este lugar.